Texto de David Steegmann para la exposición "Recompensa." Ana Mas Projects, Barcelona.2017
No es fácil, en nuestro tiempo, reivindicar una disciplina como la pintura. En apenas 15 años, Internet ha acabado dominando nuestras vidas sumergiéndonos en un mundo de imágenes tremendamente fugaces y efímeras, cada vez más condicionadas por la tiranía de las modas ¿Qué papel puede tener algo tan lento y difícil en una realidad en la que apenas nada tiene tiempo de asentarse?
La pintura es algo que sólo se completa en el momento en que interactúa con el observador, pero ese ha sido siempre un momento de recogimiento. Mirar pintura es escuchar lo que alguien te está diciendo, y ese secreto diálogo, en la acelerada realidad que nos ha tocado vivir, es una de las cosas que más se ha pervertido. Creo que fue Hernández Pijuan quien una vez me habló de la dificultad de conseguir buenas publicaciones de arte en la España de Franco, y cómo escudriñaba una y otra vez un catálogo con reproducciones en blanco y negro que conservaba en su casa, cuya importante influencia marcó su juventud.
Hoy consumimos imágenes como quien bebe de una cascada, pero la mayoría nos atraviesa sin apenas notarlas. Y la pintura no permite eso, no funciona en esa frecuencia. La velocidad en su percepción la despoja del cuerpo, la banaliza convirtiéndola en algo meramente gráfico, cuando en realidad se trata de algo volumétrico, tangible, incluso aromático. Es precisamente su incomodidad e inadaptación al inmaterial ecosistema de las redes lo que ha convertido a la pintura en una forma de resistencia, devolviéndole su utilidad.
La obra de Mercedes está hecha desde esa fina materia conceptual que la realidad de hoy en día me ha hecho añorar. Por su valentía de hablar desde el pequeño formato, y por hacerlo con una voz tímida, ambigua, incluso contradictoria, balanceándose entre la figuración y la abstracción, sin necesidad de definirse. Como si su última voluntad fuese la de demostrar la precariedad del frágil equilibrio entre lo que ve y no ve la luz. Es un trabajo que vive en el límite de las cosas, justo ahí donde más difícil resulta hoy cruzarse con ninguna opinión.
El silencio de estos cuadros, en medio de este gran ruido, me ha hecho pensar de nuevo en lo que una vez me atrapó de la pintura: esa íntima recompensa escondida en el juego de hacer, enseñar y mirar. Esa secreta satisfacción de quien, casi siempre en solitario, descubre, ve, dice o hace algo esencialmente genuino, que sólo existe gracias a su esfuerzo.
David Steegmann